Tito Álvarez (Barcelona, 1976, madre andaluza, padre asturiano), el carismático líder de Elite Taxi (2000 trabajadores), dice, literalmente, que “ha petado”. Años de activismo desde que se metió a taxista en 2014 parecen haberle pasado la factura y dice que ya no puede más y que necesita un descanso.

El hombre arrastra un TDAH (Trastorno de Atención e Hiperactividad) que se le ha desmadrado últimamente y que se lo ha hecho pasar muy mal. Lo del trastorno de atención ya lo intuíamos al ver que era imposible negociar nada con él porque no asimilaba las propuestas de los políticos o de la ciudadanía en general para que moderara su tendencia a liarla parda.

Lo de la hiperactividad era evidente, viendo su capacidad de abrir varios frentes al mismo tiempo.

Nuestro Tito siempre ha sido lo que viene siendo “un echao palante. No negaré que su actitud combativa haya sido útil para su colectivo, pero le ha amargado la vida al usuario del taxi de mala manera y su obsesión por acabar con compañías como Uber o Cabify ha amenazado (y sigue haciéndolo) la supervivencia de los conductores de VTC, que se ganan muy bien la vida en Madrid, pero las pasan canutas en Barcelona, donde Tito ha decidido que son prácticamente unos enemigos del pueblo (Barcelona es, tal vez, la única ciudad de occidente en la que taxistas y conductores de VTC son incapaces de convivir civilizadamente, y parte de ese discutible logro se lo debemos a Tito y a los políticos municipales y autonómicos que no quieren enemistarse con esos taxistas que, siempre a instancias del señor Álvarez, ya han conseguido paralizar la ciudad unas cuantas veces: recuerdo una ocupación de la Gran Vía en la que hasta había piscinitas de plástico para entretener a los hijos de las huestes de Tito).

Hay que reconocer que nuestro Tito no tiene precio como liante máximo y agent provocateur. Y que para cuidar de lo suyo, sin preocuparse jamás por lo de los demás, es insuperable. Pero con él, el sector del taxi ha exacerbado la hostilidad y la desconfianza populares que siempre han existido, puede que injustamente, entre la población barcelonesa.

Aprovechando que el hombre da un paso al lado (y de verdad que le deseo una pronta recuperación), tal vez harían bien los taxistas en buscarle un sustituto capaz de ganar amigos e influir en la sociedad, que diría el llorado Dale Carnegie.

No se puede estar siempre a la greña con la ciudad en la que te ganas la vida. Y eso a Tito le encantaba. Era evidente que le gustaba darse aires de grandeza, o de caudillo peronista, o de working class hero que se codeaba con políticos y gente importante. Y es que además de hacerles la vida imposible a los ciudadanos en general y a los conductores de VTC en particular, Tito gustaba de publicitar sus opiniones políticas.

Cuando el malhadado prusés, se acercó a sus responsables para hacerse fotos y fardar de contactos en altas esferas. Luego tuvo la brillante idea de exigir un catalán chachi a sus compañeros de oficio, obligación de la que él estaba aparentemente exento, pues nunca le hemos oído decir ni una frase en ese idioma.

Supongo que tantas ambiciones juntas (liderar el sector del taxi, exterminar a las VTC, mostrar su confuso perfil político, plantear constantemente pulsos a las instituciones…En, en definitiva, haber triunfado en la vida, ser alguien) le han acabado pasando factura, y de ahí su actual retirada (aunque es muy capaz de quedarse en la sombra, mangoneando).

Por el bien de Barcelona y de sus taxistas, que a la larga acabarían pagando los métodos expeditivos del señor Álvarez, espero que el nuevo mandamás de Elite Taxi sea alguien más abierto al diálogo y a la negociación que el inefable Tito, con el que intentar llegar a acuerdos se parecía mucho a la inútil actividad de hablar con las paredes.