Decíamos la semana pasada que nos veríamos obligados a recordarlo y repetirlo. “El activismo es una forma en que las personas inútiles se sienten importantes”. Escrito por Thomas Sowell (1930), economista y filósofo político estadounidense.  

Añadió: “Incluso si las consecuencias de su activismo son contraproducentes para aquellos a quienes dicen ayudar y dañan el tejido de la sociedad en su conjunto”.

Cuatro gatos, gatas y gates activistas se manifestaron en Barcelona contra los turistas. Les dispararon con pistolas de agua. Vandalizaron la fachada de un comercio. Se enfrentaron a un empleado de hotel. Tiraron botes de humo...

Nadie los frenó ni se les exige rendir cuentas por acosos, amenazas y daños y perjuicios a los afectados y a Barcelona. Lluís Sants, presidente de la Asociación de Comerciantes del paseo de Gràcia, dio la razón a Sowell.

“Se quiere convertir al visitante en diana. Pero sin turismo no hay ciudad cosmopolita, no hay cultura proyectada y no hay empleo estable”, declaró. El año pasado el turismo generó más de 10.000 millones de euros.

Las imágenes y videos que esta tropa cuelga en las redes presentan a Barcelona como una ciudad ignorante, agresiva y tóxica. Cuando la realidad es que los tóxicos, tóxicas y tóxiques son esta especie de demagogos sin causa.

Son una banda de hipócritas que a partir de hoy se irán a saturar la Costa Brava y la Cerdaña, por ejemplo. Allí devienen turistas de bajo coste y alta ignorancia. Porque estropean todo lo que tocan, molestan y hacen el ridículo.

Hartos de esta peña, en el Empordà la tramontana, y quizás algunos afectados por ella, tumban las indicaciones de caminos rurales. Así evitan que circulen por allí y dañen fincas y cultivos para hacerse fotos y llevarse frutas.

Por eso y por su petulancia, en pueblos de playas y montañas perjudicados, estos turistas de Can Fanga (Barcelona) no son apreciados. Se ríen de ellos, les toman el pelo y su poco dinero. Su vestimenta veraniega y hortera los retrata y delata.

Los llaman Diésel. Porque recorren muchos quilómetros y gastan poco. Xavas, “forastero e impuro”, definió el malogrado escritor Vicens Pagès Jordà. Indius, porque vienen atacan y se van. Camacus, porque no cesan de repetir ¡què macu! (qué bonito).

Aparcan donde no se puede. Convierten Roses y Cadaqués “en un Cafarnaúm intransitable”, Josep Pla dixit. Ponen en peligro parques naturales y espacios protegidos. Hacen todo lo que en Barcelona no harían por pavor a las multas.

Se creen dueños de puertos, playas, montes, zonas rurales y carreteras locales. Son barceloneses impresentables “de un provincianismo inefable”, según Josep Pla. De ahí que pidan huevos de payés en lugar de huevos de gallina.

Cinco alcaldes de municipios de Girona ya han solicitado que se controle al turismo ciclista que va en grupo. Son un peligro público cuando pedalean por carreteras pequeñas y forman atascos.  

Luego se quejan y mienten diciendo que se les criminaliza. Pero son ellos los que criminalizan y atacan a los turistas y a los barceloneses bien educados.

Lluís Salas sostiene que “Barcelona se construye con políticas públicas sólidas, inversión valiente y ambición compartida”. Pero a estos inútiles molestos, ni agua. Que la malgastan en pistolas.