Un dicho italiano –Piove, porco Goberno-- resume sabiamente la tentación colectiva de eludir responsabilidades para atribuírselas a un ente abstracto, bastante desconocido, pero con los rasgos necesarios para encarnar al enemigo público en quien descargar nuestros fracasos.

Una buena parte de la reacción mediática y política al gran apagón del lunes responde a ese alma tan anarquizante como mediterránea.

La gente corriente ha tenido una respuesta mucho más civilizada, parecida a la que tuvo cuando la pandemia y el confinamiento. Entonces, apenas cuatro locos pusieron el grito en el cielo. Y únicamente Vox, que ni siquiera descolgó el teléfono para informarse, se atrevió a llevar al Tribunal Constitucional las medidas del Gobierno.

Ahora solo hemos oído quejarse, con razón, a quienes han sufrido en propia piel las consecuencias más duras de la parálisis que generó la ausencia de electricidad, no tanto porque les fuera imposible viajar, por ejemplo, sino porque tampoco existían alternativas.

En Barcelona, el mediodía fue un desconcierto general de gente que no sabía qué ocurría ni qué hacer. Miles de personas moviéndose por el centro, pero sin aspavientos. Por la tarde, los que no podían trabajar y tenían coche regresaron a sus casas haciendo colas kilométricas con el mismo fastidio que un viernes cualquiera camino del fin de semana. Y con idéntica resignación.

Las calles de la ciudad se quedaron casi sin ruido, con pocos vehículos que sorteaban los cruces como habitualmente hacen las bicicletas y los patinetes, como en una selva; aunque en esta ocasión era una selva amable.

Los abuelos que aún conservamos radios de pilas pudimos conectarnos a la actualidad y oír que algunos locutores, contaminados por ese ambiente tan polarizado de Madrid, anunciaban la inminente comparecencia del presidente del Gobierno “para dar explicaciones”.

Como si lo ocurrido dependiera únicamente del Gobierno, como si estuviera en el origen de lo sucedido y estuviera obligado a explicarnos por qué no lo había impedido. Piove, porco Goberno.

He de reconocer que la radio nos salvó de la falta de información, pero no de la desinformación. Me duele tener que decirlo, pero fue una oportunidad perdida para demostrar que no solo es el medio más popular y que aguanta bien la irrupción de las nuevas tecnologías, sino que además tiene calidad y profundidad.

No es de recibo que el esfuerzo por mantener la antena abierta, sin publicidad comercial, y con dificultades para comunicarse y obtener información se viera oscurecido porque la gran emisora hizo el caldo gordo a los alarmistas y cayó en la especulación una vez y otra. Eso tiene un nombre muy feo que no voy a escribir.

Al final, terminé hasta las narices de mi cadena vespertina preferida.

Se puede entender que a un medio no le baste con la intervención del director general de Red Eléctrica Española (REE), pero no que una vez habla el presidente del Gobierno y da tres consejos de cajón –no desplazarse, no especular e informarse bien--, ese mismo medio sin solución de continuidad dé cancha a los rumores sobre el desencadenante de la crisis.

Como soy un animal de costumbres y un adicto a la radio, a la mañana siguiente me conecté --por internet-- a mi emisora matutina preferida. Más de lo mismo: críticas, incluso chanzas, por el retraso de las dos intervenciones del presidente del Gobierno; y venga preguntar a expertos en la materia, sin obtener la respuesta anhelada, sobre la posibilidad de un complot.

Efectivamente, el lunes fue el día de la radio. Pero no para bien. La gente de la calle conectó mejor con la realidad --con tranquilidad y sin aspavientos-- que los profesionales de las emisoras. Un suceso como el vivido nos puso frente a una contradicción profunda: una sociedad supertecnificada, hiperconectada, a la que un accidente le enfrenta a su gran fragilidad y precariedad.

¿Cómo se vuelve a lo sólido, a la seguridad total? ¿O es que nunca han existido? ¿La seguridad de un país pasa exclusivamente por la defensa, por las armas, o tiene un significado más amplio que incluye las telecomunicaciones, el transporte, incluso la sanidad? Creo que esos eran, y son, los temas; no el espectáculo.