Los partidos se presentan a las elecciones para gobernar. O eso dicen. Pero si no ganan, las buenas intenciones terminan tras el recuento. A partir de ahí sólo se busca incordiar a quien ocupe la alcaldía. Ejemplo de ello: Barcelona. Aunque hay más.
Junts está en contra de la reserva del 30% para vivienda pública en nuevas edificaciones. Sostiene, con datos en la mano, que la medida no es eficaz. Así que debería apoyar la iniciativa de Jaume Collboni de modificar la norma. Pero eso sería dar alas a los socialistas, de modo que tiene que encontrar excusas para votar contra sus propias convicciones.
Ahora ha sugerido medidas complementarias, algunas de las cuales (20% de ayuda a cargo del Institut Català de Finances) ni siquiera dependen del Ayuntamiento. El caso es impedir que el actual equipo se salga con la suya. Al precio que sea.
Se cuenta que, cuando en Italia Enrico Berlinguer propuso el compromiso histórico, que implicaba la colaboración con la derecha, un votante clásico del PCI lo explicó del siguiente modo: “La cosa está clara: tenemos que apuntalar a la Democracia Cristiana para acabar con la Democracia Cristiana”.
Lo de Barcelona es más rebuscado: hay que apuntillar a quien gobierne, para acabar con la paciencia de los gobernados.
Porque ésa es la cuestión. Tanto tacticismo está acabando con la paciencia de la ciudadanía y dando alas a quienes sostienen que lo que falla de verdad es el sistema democrático.
En el Ayuntamiento de Barcelona ya está Vox y las encuestas señalan que en un futuro puede entrar su homólogo en catalán, Aliança Catalana.
La ventaja de estos partidos es total. No tienen que proponer medida alguna. Les basta con decir que nada funciona. Hay partidos que les van abriendo camino. En la derecha, Junts. En la izquierda (bajo palabra de honor) los Comunes y ERC.
Se comprende que en las discusiones sobre los presupuestos se hable de todo. Los presupuestos son el eje de la actuación y, en la medida en que hay actuaciones que necesitan más de un año, condicionan también los de años futuros.
Pero ya no está claro que haya que mezclarlo todo en cada ocasión y que se vinculen las inversiones en el aeropuerto, es un decir, con las de vivienda o con los casinos. Aunque es de justicia reconocer que el juego ha perdido a su gran defensor: Artur Mas. Otrora llamado el astuto y ahora cubierto de improperios, algunos ganados a pulso.
También es digno, justo y saludable reconocer que la actitud de Junts en el Ayuntamiento de Barcelona es consistente con la que mantiene en el Congreso, donde vota no a la reducción de jornada con argumentos de pata de banco para disimular que lo hace a favor de los empresarios y en compañía de sus primos de la derecha (Vox y PP). Les incomoda el relato pero no la coincidencia.
De hecho, este tipo de rechazo a las propias propuestas lo ha copiado del partido de Feijóo, que rechaza las medidas sobre los aranceles porque, dice, no se garantiza la continuidad de las nucleares. Asuntos ambos íntimamente relacionados, es bien sabido.
Claro que peor es cuando viaja a Barcelona para decir que lo que él opine sobre la OPA del BBVA sobre el Sabadell es irrelevante. Sacando conclusiones, ¿será él el irrelevante?
La suerte (de momento) para los barceloneses es que los ayuntamientos tienen un funcionamiento altamente presidencialista que proporciona margen de actuación a los alcaldes. De ahí que contra viento (Junts), marea (ERC) y oleaje (Comunes) Collboni esté pudiendo llevar a cabo no pocos proyectos. Incluso con presupuestos prorrogados.
Goza además de una ventaja enorme: los dos partidos independentistas están más preocupados por hundirse mutuamente que por hacer oposición. Más aún, ambos viven guerras internas.
Los de Junts se andan situando para ver quién sucede a Trias y recibe la bendición del ausente. Les gusta tanto la derecha españolista que incluso han copiado uno de sus viejos lemas: a por ellos. “Ellos” son todos los demás y algunos de los propios.
En Esquerra, Junqueras acaba de cosechar un par de derrotas que le atan las manos, además de que en el partido se sigue pensando que su mano derecha, Elisenda Alemany, es una advenediza.
¿Qué tiene que ver esto con los intereses de los barceloneses? Nada. Y, aunque de momento Collboni se mantenga a flote, ahí hinca el diente la demagogia de la extrema derecha. Con el visto bueno del resto.
Como recordaba hace poco Roberto Rodríguez Aramayo que decía Voltaire: “Político significaba originariamente ciudadano; hoy está cerca de significar embaucador de ciudadanos”. No vale para todos, pero sí para unos cuantos.