Empecé mal la semana. Con un disgusto en el cuerpo, con mal rollo. Iba con mi mujer paseando el domingo por la calle Blai. Plan perfecto: paseo y paella en la incomparable terraza del Salamanca, ese santuario del buen yantar. Un arrocito espectacular era el trofeo. El día acompañaba. Un sol magnífico te hacía disfrutar de la ciudad.
De pronto, el éxtasis se rompe en pedazos. Un vecino del Poble Sec, mi barrio de toda la vida, se nos acerca paseando a su perro. “Buenos días. No se asusten, pero les aviso que ese tipo les va siguiendo desde hace un rato. Ojo”. Sorprendidos nos miramos mi mujer y yo, y miramos al tipo en cuestión que al verse observado intentó despistar sin demasiado éxito.
Éramos las víctimas propiciatorias de un tipo que quizás lo que llevaba encima le impedía ser más discreto. Ya vigilantes bajamos por Nou de la Rambla hacía el Paral·lel, mirando siempre de reojo, y cogimos un taxi poniendo pies en polvorosa. Sí, con el susto en el cuerpo el paseo matutino tuvo un final abrupto. El día magnífico no se fue a la mierda gracias a un vecino que nos avisó del peligro. Salimos ilesos pero tuve conciencia de esa sensación de inseguridad de la que hablamos y escribimos.
Fue mi primer ejemplo de solidaridad ciudadana en la semana. No pasó nada gracias a un ciudadano que pasó por alto la ciudad impersonal a la que nos hemos acostumbrado. No sé su nombre, pero le doy públicamente las gracias por evitarnos un susto y un disgusto.
El lunes vuelta a la normalidad hasta que ¡zas! A las 12:33 apagón y pollo generalizado. Me pilló en TV3 en el programa que conduce Helena García Melero, Tot es Mou. Aquí surgió otra solidaridad. La de los periodistas que se pusieron los pilas para informar de lo que pasaba, aunque pasados unos minutos alguien dijo “estamos a tope pero no nos está viendo nadie”. Daba igual. Siguieron todos al pie del cañón para explicar lo que pasaba a las órdenes de una Helena que puso acento a una palabra: “profesionalidad”.
Estuve allí hasta las dos de la tarde. Me dirigí a Barcelona con una preocupación. Y ahora ¿dónde voy a poder comer?. Me acerqué a los bares que se sitúan alrededor de la Politécnica en Pedralbes. El Frankfurt cerrado. Mis esperanzas al garete. Al lado una panadería. Sus dependientas hacían frente a una gran cola. Un estudiante explicaba a las vecinas las razones del apagón y las sacaba de la tesis de un ataque de los rusos. Otro estudiante dejaba 15 céntimos a una señora que no tenía más dinero en efectivo para pagar el pan. Y yo salí entusiasta con un bocadillo de chorizo en la mano. Y sorprendido. Barcelona no es la ciudad fría en la que trabajamos y vivimos. Descubrí que también convivimos.
Después de comer y cerrar mi despacho en Sarrià fui a casa. No iba nada. Todo estaba en fuera de juego. Al llegar a casa dos sorpresas. Una, la mala, que tuve que subir seis pisos sin ascensor y uno no está para esos trotes. Dos, la buena, una panda de chavales y chavalas habían decidido montar una discoteca en la esquina. Me pareció una buena idea hacer frente con humor y alegría a un desaguisado como el que estábamos viviendo.
Tuve suerte. Fui un afortunado. Sobre las 19:00 horas de la tarde tenía luz e internet en casa. Todo un privilegio porque tenía un mono que “pa qué”. Estamos enganchados a la tecnología y dependemos de la tecnología que cuando falla estamos perdidos, somos huérfanos. Volver a conectarme con el mundo pero dio una dosis de optimismo porque el Ayuntamiento reaccionó bien. Estuvo a la altura. Puso medios técnicos y humanos, policía y servicios, habilitó camas para los que se quedaron tirados. Y el desastre fue un caos, pero tuvo respuesta. Una respuesta a la altura. De la administración, del alcalde en primera persona, y de los ciudadanos que se ayudaban unos a otros.
Cuando apenas te cruzas un buenos días o un buenas tardes, cuando te lo cruzas, ante el apocalipsis la gente reacciona con solidaridad. Todos no, los que se llevan el papel de váter de los supermercados como si no hubiera un mañana, estos son de otra dimensión. Sin duda, para mí en esta semana solo puedo decir “Bravo, Barcelona”.