La muerte de Mario Vargas Llosa viene a ser el certificado final de los cambios que se han producido en la Barcelona cultural en las últimas décadas. Se fue el último escritor del boom latinoamericano, pero antes ya se habían ido muchos otros. Incluso nacidos aquí.
En los años en los que vivían en Barcelona el escritor peruano y su entonces amigo y casi vecino Gabriel García Márquez, ambos compartían charlas y esperanzas con escritores barceloneses o instalados en Barcelona.
Estaban Manuel Vázquez Montalbán, Juan Marsé, Terenci y Ana María Moix, los hermanos Goytisolo (Luis sigue vivo), Carlos Barral, Rosa Regàs. Por citar sólo algunos.
Había un caldo de cultivo que alimentaban las editoriales tradicionales: Plaza, Seix Barral, y las entonces recién creadas: Tusquets, Anagrama, Península. Varias de ellas se agruparon en Libros de Enlace, un sistema de distribución sin el cual los escritores no llegan a ninguna parte.
Y había más. Algunas figuras del mundo cultural ejercían de dinamizadores. El más conocido fue Josep María Castellet, pero no es menos meritoria la labor ejercida por Gonzalo Pontón, primero en Ariel, luego fundador de Crítica y ahora en Pasado y Presente.
Y la superagente Carmen Balcells, que merece una crónica aparte.
No era la única agencia establecida en Barcelona. Estaba por citar sólo una más, International Editors, con un catálogo más que interesante. También había autores y editores centrados en la lengua catalana.
Entre los segundos, Xavier Folch, Joan Agut, Carles-Jordi Guardiola, vinculados a editoriales como Edicions 62, Empúries, La Magrana, Proa. En ellas fueron apareciendo obras de Josep Albanell, Baltasar Porcel, Jaume Fuster, Maria Barbal, Jaume Cabré, Jesús Moncada.
Unos y otros en abierta y cordial convivencia.
De esta actividad daba cuenta el suplemento cultural del diario Tele/eXprés, donde colaboraban Josep Maria Carandell, José Luis Jiménez-Frontin, Joan de Sagarra y otros.
Y había pensadores como Emilio Lledó, Manuel Sacristán, Jacobo Muñoz, Xavier Rubert, Eugenio Trías.
Parece esto un inventario para la nostalgia. No debería ser leído así. Es la constatación de que la ciudad pudo ser, a pesar de las dificultades relacionadas con la dictadura, un punto de encuentro cultural. Vivo y dinámico. Y, por lo tanto, de que puede volver a serlo. Así pues, un canto a la ilusión y la esperanza.
En medio estuvo el procés y su prólogo pujolista, con la tontería (la expresión es de Vargas Llosa) que aún sigue de querer arrinconar el castellano y la cultura hecha en esta lengua.
Un ejemplo de esa mediocridad se puede encontrar en el lugar en el que el informativo de TV-3 colocó la noticia de la muerte del premio Nobel: tras una ofrenda floral relacionada con el antifranquismo, hecha por el presidente del Parlament, Josep Rull. Un acto institucional que la mayoría de las veces ni se recoge.
Se puede pensar que es mala fe. Pero pudiera ser ignorancia. Cabe que los responsables no hayan leído nada de Vargas Llosa. Ni siquiera el volumen Carta de batalla por Tirant lo Blanc, que refleja su admiración por la obra de Joanot Martorell.
Buena parte de los autores citados utilizaron unas veces el castellano y otras el catalán, tanto al escribir como al hablar. Terenci empezó escribiendo en catalán y se pasó al castellano. Pere Gimeferrer lo hizo al revés. Eduardo Mendoza ha escrito en ambas lenguas.
Luego llegaron las lluvias y un sector de la población se empeñó en desconocer que, desde hace siglos, en el territorio que administrativamente responde a la denominación Cataluña, se hablan habitualmente dos idiomas: el catalán y el castellano.
Se empeñaron en ignorar que Barcelona es la capital de la edición en lengua castellana, lo que en algún momento facilitó la edición de obras en catalán para un mercado cuantitativamente menor.
Hay gente con el título de profesor que recomienda a los alumnos que lean autores en lengua castellana traducidos al catalán. ¡Ay si alguien osara hacer lo contrario en esta Barcelona (mal que les pese) bilingüe! Detrás de estos maestrillos, detrás de la pobreza de TV-3, late un cierto odio al castellano que nunca generará un creador de la talla de un Gimferrer o un Vargas Llosa.
Por eso no vencerán y en el futuro vendrán otros a revitalizar la cultura de una Barcelona libre y políglota.